La conciencia cree recordar como jugar este juego a ganar.
El inconsciente interrumpe, exteriorizando de a momentos una sutil debilidad ante el otro, y al minuto siguiente, el mismo nos advierte sobre la necesidad de tomar precauciones.
La emoción comienza a tomarse humanas atribuciones, sacudiendo sigilosa, pero caprichosamente, el baúl de los recuerdos, buscando obstinadamente justificativos que impidan que ocurra lo que está a punto de suceder... El baúl de los recuerdos termina sacudiéndonos a nosotros.
El baúl, misteriosamente cobra vida, y en un principio solo parece proyectar un sinfín de momentos felices, poniendo a prueba nuestras más firmes sentencias, obligándonos a navegar en un mar de cuestionamientos que nunca tendrán respuestas.
La resignación, como consecuencia de la impotencia, nos revela la otra mitad del baúl: esa mitad convertida en un monstruo inmortal, que alimentado por el miedo, las dudas y la culpa, lucha constantemente contra nuestro optimismo, que tan conformista se fortalece con una simple muestra de sentimientos genuinos, y tan inseguro que se debilita ante la menor impresión de indiferencia.
Lentamente vamos tomando consciencia de nuestra mutua indefensa, entregándonos voluntariamente esas armas que nos protegieron en luchas anteriores; batallas que equivocadamente creímos que ganamos habiendo salido VIVOS.
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